martes, 1 de enero de 2013

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Me encantan los anuncios de la tele. Claro que quizá sólo me parecen buenos porque están rodeados de toda esa otra mierda, la “programación”, pero a mí me encantan. Y me hacen pensar cantidad de cosas, son uno de nuestros mayores bienes culturales, y sin duda el que más fielmente nos representa.

Sin duda que nos representan. Poner un anuncio en la tele debe costar un pico, y sólo se paga ese pico cuando se cree que dará ganas a la gente de consumir el producto. Y para que consuman yo veo dos tretas principales: hacer que el espectador se identifique con lo que ve y asocie el producto a su forma de vida; o que quiera identificarse y que vea el producto como lo que necesita para ser lo que desea. Ahora echamos un vistazo a los anuncios, suponiendo que los publicistas saben hacer su trabajo (y yo creo que sí):

Vamos a empezar por un clásico atemporal: los anuncios de perfumes femeninos. En ellos nos presentan una serie de crías desnutridas pidiendo guerra vestidas de gala que o bien se han colado en los decorados de una película pretenciosa, o bien corren por la calle, el parque, la playa o cualquier otro paraje que sea exótico o glamuroso. La característica principal que irradian estas muchachas es absoluto éxtasis y felicidad plena, todo es risa y retozos, y parecen flipar completamente con todo lo que les rodea. Conclusión: las mujeres de nuestra sociedad asocian el oler bien con pasar hambre, ponerse hasta las orejas de farlopa y salir a correr descalzas con vestidos de noche. Hay otra versión en la que oler bien significa zorrear con hombres desconocidos e inofensivos que pasarán a acosarles inocentemente, bien con flores y carantoñas o bien persiguiéndoles mientras corren descalzas medio descojonadas de risa.

Luego están los anuncios profundos, de intenso calado filosófico, que venden felicidad a precio de chope y a muy bajos intereses. Aseguradoras, bancos y cajas de ahorros son los maestros de esta sección, despertando nuestra codicia a golpe de verdades reveladas: el amor, la humildad y la honestidad suelen estar en sus discursos, que dicen que la hormiga es la buena y la cigarra la mala (aunque sea la dueña del banco), o que debemos inspirarnos en el gran legado de los heroicos deportistas patrios... para abrir una cuenta o hacerte una póliza. ¿De dónde cojones sacamos alguna relación entre estas cosas? Supongo que simplemente tratan de ganar nuestra simpatía con figuras a las que queremos seguir o con mensajes vacíos y ambiguos que nos hace sentirnos buenas personas, contribuyentes de nuestra sociedad. Supongo que eso es porque saben que todos tenemos una pésima imagen suya y apelan a nuestro optimismo para mejorarla.

Y optimistas son también los de las compañías telefónicas, claro, donde todo son amigos, buenas noticias, familias navideñas y sonrientes teleoperadoras de seductora voz con casi ningún parecido a Rosbaldo Faldo, ese inútil que te llama todos los putos días para venderte tele-mierda al peso. Estos anuncios siempre incorporan la cancioncita de turno, pegadiza y odiosa por igual, y suelen tener más extras que el Señor de los Anillos, todos muy contentos tomando las calles y las plazas al son de su canción, todos portando los colores de su marca de telefonía móvil. Vamos, que si no quieres estar solito más te vale tener un teléfono, por no mencionar que es imposible tener amigos si no les dejas que te cuenten por wassup ciento tres veces al día qué tal han hecho caca hoy.

Y así llegamos a mis favoritos, los anuncios que venden optimismo y gilipollez y de paso te regalan su producto. El mejor de todos es ese de embutido en el que todos nos emocionamos y nos ponemos contentos cuando nos recuerdan quiénes somos: un país de gilipollas donde las abuelas pasan hambre para alimentar a sus nietos, mientras tenemos aeropuertos vacíos y nuestros jóvenes tienen que ir a otros países para sobrevivir. “Pero volveremos”, dicen en el anuncio... ¿En serio tratan de apelar a mi optimismo? Porque a mi no me dan ganas de comer mortadela, sino de ponerme a cortar chorizos con una guillotina.

Me cago en el optimismo, y de las ganas que tenemos de ser gilipollas. A ver cuándo empiezan a sacar anuncios para cínicos resabidos, porque cada vez me veo más lejos de la realidad.